Nuestro amado padre E. Albamonte fspx. nos ha enviado un texto sobre la Festividad de San José del cual lo publico para deleite espiritual en esta última semana de Santa Cuaresma.
19 de marzo
SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
Vidas de los
Santos de A. Butler
Según el Martirologio
Romano, el 19 de marzo es la festividad del "nacimiento (para el cielo) de
San José, esposo de la Santísima Virgen María y confesor, a quien el Sumo
Pontífice Pío IX, conforme a los deseos y oraciones de todo el mundo católico,
proclamó patrono de la Iglesia Universal. La historia de su vida, dice Butler,
no ha sido escrita por los hombres, pero sus acciones principales las relata el
mismo Espíritu Santo por medio de los evangelistas inspirados. Lo que de él se
dice en los Evangelios es tan conocido, que no necesita comentario. San José
era de ascendencia real y su genealogía nos la dan tanto San Mateo como San
Lucas. Fue el custodio del buen nombre de Nuestra Señora y con ese motivo,
necesariamente confidente de los secretos celestiales; fue el padre adoptivo de
Jesús, el encargado de guiar y sostener a la Sagrada Familia y el responsable,
en cierto sentido, de la educación de aquel que siendo Dios, se complacía en
llamarse "hijo del hombre." Fue el oficio de José el que Jesús
aprendió, su modo de hablar el que el Niño habrá imitado; fue José a quien la
misma Santísima Virgen pareció investir con los plenos derechos paternales,
cuando dijo sin restricción alguna: "Tu padre y yo, apenados, te
buscábamos". No es de admirar que el evangelista hiciera suya esta frase y
nos diga, refiriéndose a los incidentes ocurridos durante la presentación del
Niño en el Templo, que "Su padre y su madre estaban maravillados de las
cosas que se decían de El".
De todos modos,
nuestros conocimientos positivos referentes a la vida de san José son muy
limitados; a la «tradición» conservada en los evangelios apócrifos, hay que
considerarla completamente inútil, por provenir de la fantasía, más que de una
auténtica transmisión de hechos. Podemos suponer que se desposó con María, su
prometida, de acuerdo con las ceremonias prescritas por el ritual judío, pero
no se conoce claramente la naturaleza de este ceremonial, especialmente
tratándose de gente humilde, y que José y María eran de esa condición se
comprueba por el hecho de que durante la purificación de María en el templo
sólo pudieron hacer la ofrenda de dos tórtolas. Esta misma pobreza muestra que
es enteramente improbable la historia de la rivalidad de doce pretendientes a
la mano de María, los que depositaron sus varas con el Sumo Sacerdote y los
portentos que distinguieron de las demás, la vara de José, que fue la única en
florecer. Los detalles proporcionados por el llamado «Protoevangelio», por el
«Evangelio del pseudo-Mateo», por la «Historia de José, el Carpintero», etc.,
son, en muchos aspectos, extravagantes y contradictorios entre sí. Debemos
contentarnos con los simples hechos que relatan los Evangelios de que, después
de la Anunciación, cuando el embarazo de María entristeció a su esposo, sus
temores fueron disipados por una visión angélica; que recibió otros avisos del
mismo ángel, primero para que buscara refugio en Egipto y después, para que
regresara a Palestina; que estuvo presente en Belén cuando Nuestro Señor fue
recostado en el pesebre y cuando los pastores acudieron a adorarle; que también
acompañaba a María cuando ésta puso al Niño en los brazos del santo Simeón y,
finalmente, que compartió el dolor de su esposa por la pérdida de su Hijo en
Jerusalén y su gozo cuando lo encontraron discutiendo con los doctores en el
Templo. El mérito de san José se resume en la frase evangélica: «fue un varón
justo». Éste es el elogio que hace de él la Sagrada Escritura.
Aunque ahora se venera
especialmente a san José con oraciones que se ofrecen para obtener la gracia de
una buena muerte, este aspecto de la devoción popular al santo tardó en ser
reconocido. El Rituale Romanum, publicado con autorización en 1614, a pesar de
que incluye amplios y antiguos formularios para ayudar a los enfermos y
moribundos, no menciona en ninguna parte, incluyendo las letanías, el nombre de
san José, y sólo en tiempos recientes se ha reparado esta omisión. Lo que hace
este silencio más notable, es el hecho de que la relación que se da de la
muerte de san José en la «Historia de José el Carpintero», apócrifa, parece
haber sido muy popular en la Iglesia oriental y que esa historia fue el
verdadero punto de partida del interés por el santo. Más aún, ahí es donde
encontramos el primer indicio de algo relacionado con una celebración litúrgica.
El reconocimiento que ahora se le otorga a san José en el Occidente, según
opinión general, se derivó de fuentes orientales, pero el asunto es muy oscuro.
De cualquier modo, debe tenerse en cuenta que la «Historia de José, el
Carpintero» se escribió originalmente en griego, aunque ahora sólo la conocemos
por las traducciones copta y arábiga. En este documento se hace una narración
muy completa de la última enfermedad de san José, de su temor a los juicios de
Dios, de sus autoreproches y de los esfuerzos que hicieron Nuestro Señor y su
Madre para consolarlo y facilitarle su paso a la otra vida, así como de las
promesas que hizo Jesús de proteger, en la vida y en la muerte, a los que hagan
el bien en nombre de José. Es fácil comprender que esas supuestas promesas
debieron haber causado honda impresión en la gente sencilla; la mayoría, sin
duda, creyó que incluían una garantía divina de su cumplimiento. En todas las
épocas de la historia del mundo, nos encontramos parecidas extravagancias, que
se desarrollan a la par de los grandes movimientos de devoción popular. Lo
maravilloso es que, en casi mil años, según parece, no encontramos rasgos
reconocibles ni en el Oriente ni en el Occidente, de que tales promesas hayan
despertado mucho interés. El Dr. L. Stern, persona altamente autorizada que se
interesó mucho por este documento, creía que el original en griego de la
"Historia de José, el Carpintero" podía remontarse al siglo IV, pero
esta estimación de su antigüedad, en opinión del padre Paul Peeters, es quizás
excesiva.
Por lo que se refiere
al occidente y a ciertas referencias irlandesas, el padre Paul Grosjean saca la
conclusión (véase la bibliografía, abajo) de que la mención explícita más
antigua que tenemos sobre San José, relacionada con el 19 de marzo, está en un
manuscrito conservado en Zurich (Rh. 30, 3); este martirologio, de Rheinau, es
del siglo VIII y tuvo su origen en el norte de Francia o en Bélgica. Escribe el
padre Grosjean que las referencias en el Martirologio de Tallaght y en el
Félire de Oengus, son testimonios concordantes de la tradición continental que
se conserva en la copia o resumen del Martirologio Jeronimiano utilizado por
los escritores; y esa tradición se comprueba aun más, por dos compendios del
Hieronymianum de Richenau y otro de Reims, que aparecieron poco después. La
idea de que los irlandeses "culdee" celebraban una fiesta de San José
el 19 de marzo, es un error. El Félire es ciertamente obra de un
"culdee", pero no es un calendario: es un poema devoto que conmemora
a ciertos santos, cuyos nombres se toman arbitrariamente, día por día, de un
martirologio abreviado de origen continental, con suplemento para Irlanda. El
testimonio de Oengus es muy valioso, porque comprueba la presencia de los
nombres de santos que él menciona en el documento que usó; pero un martirologio
no es un calendario litúrgico y no nos permite concluir que tal o cual santo
fuera celebrado en tal o nuil fecha en Tallaght o en algún otro monasterio
irlandés.
Estas alusiones
primitivas fueron un punto de partida pura futuros acontecimientos, aunque se
desarrollaron lentamente. En el primer Misal Romano impreso (1474), no se
encuentra ninguna conmemoración de San José, ni aparece su nombre en el
calendario. En Roma encontramos por primera vez, en 1505, una misa en honor de
San José, aunque un breviario romano de 1482 le dedica una fiesta con nueve
lecciones. Pero en ciertas localidades y bajo la influencia de maestros
individuales, había comenzado un culto notable, mucho antes de esto.
Probablemente las representaciones de autos sacramentales en los que, con
frecuencia, se asignaba a San José un papel prominente, contribuyeron en parte
a este resultado. El Beato Hermán, premonstratense que vivió en la segunda
mitad del siglo XII, tomó el nombre de José y creía que se le había concedido
la seguridad de obtener su protección especial. Parece que Santa Margarita de
Cortona, la Beata Margarita de Cittá di Castello, Santa Brígida de Suecia y San
Vicente Ferrer, honraron particularmente a San José en sus devociones privadas.
A principios del siglo XV, algunos escritores influyentes, como el cardenal
Pedro D'Ailly, Juan Gerson y San Bernardino de Siena, abogaron calurosamente
por su causa y sin duda, debido sobre todo a su influencia, antes de finalizar
el mismo siglo, la fiesta de San José comenzó a celebrarse litúrgicamente en
muchas partes de Europa occidental. La pretensión de que los carmelitas
introdujeron la devoción del oriente está completamente desprovista de
fundamento; el nombre de San José no se menciona en ninguna parte del
Ordinarium de Sibert de Beka y, aunque el primer Breviario carmelita que fue
impreso (1480), reconoce su fiesta, esto parece haber sido fruto de la
costumbre, ya aceptada en Bélgica, en donde se imprimió el mencionado
Breviario. El capítulo carmelita celebrado en Nimes en 1498, fue el primero que
autorizó formalmente este agregado al calendario de la orden. Pero de ahí en
adelante, la devoción se extendió rápidamente y es indudable que el celo y el
entusiasmo desplegados por la gran Santa Teresa en la causa de San José
produjeron una honda impresión en la Iglesia. En 1621, el Papa Gregorio XV
declaró la celebración de San José fiesta de precepto y, aunque después se
anuló esta obligación en Inglaterra y otras partes, no por eso ha disminuido,
aún en nuestros días, el fervor y confianza de sus innumerables devotos.
Testimonio elocuente de este hecho es el gran númro de iglesias dedicadas en
su honor y las muchas congregaciones religiosas, tanto de hombres como de
mujeres, que llevan su nombre.
La amplia literatura piadosa sobre el culto a
San José no tiene lugar aquí. Desde el punto de vista histórico, hemos de
contentarnos con referirnos al Acta Sanctorum, marzo, vol. III, y a una pequeña
selección de ensayos modernos, de los cuales el mejor parece ser el de J.
Seitz, Die Verehrung des hl. Joseph in ihrer geschichtlichen Entwicklung bis
zum Konzil von Trent dargestelh (1908). Véanse también tres artículos de la
Revue Bénédictine de 1897; del canónigo Lucot, St. Joseph; Etude historique sur
son caite (1875); de Pfülf en el Stimmen aus María Laach (1890), pp. 137-161,
282-302; Leclercq en DAC, vol. VII, y del cardenal L. E. Dubois, St. Joseph
(1927) en la serie Les Saínts. Sobre las festividades celebradas en honor del
santo, véase especialmente de F. G. Holweck, Calendarium FestoTum. Dei et Dei
Matris (1925), p. 448. The Man Nearest lo Christ (1944), por el P. F. L.
Filias, es una excelente obra popular, bien documentada. De sancto Ioseph
quaestiones biblicae (1945) por U. Holzmeister es un resumen muy útil de
historia y tradición. La última palabra, a la fecha, sobre el asunto de las
referencias litúrgicas más antiguas, es la del P. Grosjean, en Analecta
Bollandiana, vol. XXII (1954), fase. 4, Notes d'hagiographie céltique, n. 26.
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